Normalmente recordamos aquellos libros que
nos han gustado. Les tenemos especial cariño porque cambiaron nuestra manera de
ver las cosas, nos hicieron reír y nos ayudaron a crecer. Yo también recuerdo esos libros, pero en mi mente prevalece aquél que hasta el día de hoy no he
entendido: El Principito de Antoine Saint-Exupéry.
Recuerdo el día en que me
mandaron comprar este libro. A mí no me sonaba de nada, y con apenas 11 años,
no me apetecía nada leerlo. Puede que fuese por eso o porque tuve que leérmelo
en versión original, pero el caso es que no me gustó nada. De hecho creo que
llegué a despreciarlo ya que, a diferencia de otras obras de la misma época, no
lo conservo. Con los años me olvidé de él y sólo lo recordaba cuando
mencionaban algunos de los pasajes del famoso libro, o citaban al autor. Sin
embargo siempre estuvo ahí, y en innumerables ocasiones tuve que estudiar o
comentar algún que otro pasaje.
La narración comienza en primera persona,
cuando el narrador recuerda su infancia y sus primeros dibujos. Más tarde recordará
cómo, hace seis años, después de un accidente aéreo, acabó en el desierto del
Sahara. Ahí empieza el verdadero relato, ya que el narrador se encuentra con el
Principito. Este venía de otro planeta y acabó solo en la tierra. A lo largo
del libro ambos personajes intercambian opiniones, recuerdos y vivencias, y
aprenden uno del otro. El Principito es un personaje singular que aunque nos
recuerda a un niño posee ciertos conocimientos del mundo.
“Je n´ai alors rien su comprendre! J´aurais dû la jugar sur les actes et non sur les mots. Elle m´embaumait et m´éclairait. J´en aurais jamais dû m´enfuir! J´aurais dû deviner sa tendresse derrière ses pauvres ruses. Les fleurs sont si contradictoires! Mais j´étais trop jeune pour savoir l´aimer.”
“¡En aquel entonces no supe comprender nada! Debería haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras. Ella me perfumaba y me iluminaba. ¡Jamás debí haber huido! Debí adivinar su ternura, tras sus pobres mañas. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla.”
El Principito cuestiona el entorno en el que
vive pero al mismo tiempo aprende de él. No lo conoce lo suficiente y por eso
siempre se sorprende y mejora. Desde mi punto de vista el autor está presente
en ambos individuos, tanto en el narrador como en el Principito. Creo que el
narrador encarna al autor en el momento en el que recuerda lo vivido, momento
en el que se convierte en escritor y se dispone a crear. Por otro lado, el
Principito encarna esa vida. Cuando este habla de sus errores y de lo que
aprendió, creo que de forma indirecta el autor nos cuenta sus logros y
fracasos. Por ello, resulta confuso tener siempre dos puntos de vista cuando en
el fondo se trata de la misma persona.
Esta obra tiene el espíritu de un cuento, te
muestra, te enseña, y te deja un recuerdo permanente. Podemos encontrar una
moraleja al final de cada capítulo, puede que incluso después de cada
afirmación del Principito. Sin duda alguna se trata de una obra compleja, no lo
suficientemente valorada, que relaciona vivencias de una persona, con las que
podríamos tener cualquiera de nosotros. No se trata de dejarse llevar, sino de
apreciar lo que te están diciendo. Por ello, os reto a leerla o, como en mí
caso, a re-descubrirla, y puede que algún día deje de sorprenderme y la
entienda finalmente.
Descifrando un clásico, Maialen Aparicio Fernández.
De donde eres yo tengo unas dudas si lees con atencion el.zorro le dice que no es visible q s ojos, sino con el corazon, si vuelves a empzar el libro desde la desicatoria dice, al nacer la luz hay que arrancar las hojas, doblalas pon luz roja tambien dice lacer a su maxima potencia, tabien dice, diatinguir china de arizona, oye como el pozo canta
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